En el trabajo psicoterapéutico y en los talleres que desarrollamos
en Psicologar me gusta citar el ejemplo de seres que están en los extremos de
lo maravilloso. De cómo la aceptación y la superación, o el intento de
superación de los problemas nos conducen a ser más personas, a identificarnos
con el género humano. Personas como Lizzie Velasquez o un ejemplo más antiguo como
la historia de Helen Kellerson sumamente fascinantes.
Helen nació en Tuscumbia, Alabama en el año 1880, con la capacidad
de ver y oír y alrededor de su primer año de vida, comenzó a caminar.Tenía una
excelente visión, a tal punto que era capaz de distinguir fácilmente un alfiler
caído en el suelo. Según su madre, fue capaz de decir algunas palabras a la
edad de seis meses; logró balbucear «hola» y algunas palabras, entre ellas
«agua», fueron retenidas en su memoria incluso después de su enfermedad. Al año
y medio de edad, sufrió una grave patología que los médicos de la época
llamaron congestión cerebro-estomacal, aunque especialistas modernos sugieren
que pudo haber sido escarlatina,
sarampión o meningitis. Las fuertes
fiebres dieron a pensar que su vida corría peligro y los padres se
sorprendieron gratamente al observar que los picos de fiebre descendieron luego
y logró recuperarse. Sin embargo, la enfermedad dejó secuelas importantes a su
paso: la pérdida total de la audición y la visión. Fue el resto de su
vida sordociega, que si hoy en día, ya es algo terrible, a finales del siglo
XIX lo era mucho más si cabe porque no existían las pautas y protocolos
educativos para personas con diversidad funcional que tenemos hoy en día. A la
edad de siete años una mujer llamada Anna Sullivan fue contratada por la
familia para que se encargara de su formación en su propio hogar, sin muchas
esperanzas de que consiguiese nada por parte del padre de Helen. Pero vaya si
lo consiguió, Helen fue la primera persona sordociega en obtener un título
universitario. El tesón, la voluntad, la creatividad y la pasión por su trabajo
de Anna junto con la necesidad y el talento de Helen obraron un pequeño milagro
que se refleja magníficamente en la película cuya imagen acompaña este texto:
“El milagro de Anna Sullivan” de la que recomiendo fervientemente su visionado
para que veáis de que manera lo consiguió.
El ejemplo de la persona que está en el límite y tiene la
capacidad de avanzar, poco o mucho, pero avanzar en la superación de sus
problemas, nos sirve como guía, como una fuente de motivación para afrontar
nuestros retos y uno de los más difíciles que tenemos hoy en día es la
convertir a nuestros hijos en personas. En educar a nuestros hijos en valores,
pues en general, la sociedad actual, el sistema educativo y el clima político
parece que no contribuye mucho a su buen desarrollo.
¿A qué me refiero con los valores? Pues hablamos de
características que os sonarán tales como la amabilidad, la justicia, el
respeto a la diversidad, el amor a la naturaleza, la amistad, la tolerancia, la
bondad, la perseverancia, el respeto al bien común, la generosidad, la
solidaridad, la honestidad, la gratitud, la confianza, compartir, colaborar, la
coherencia, la responsabilidad, la compasión, la organización, la paciencia, la
empatía, el optimismo, el coraje, la comprensión y un largo etcétera de
características que nos hacen ser humanos, en su acepción más humana.
El proceso de construcción personal, o reconstrucción si hablamos
de psicoterapia, nunca puede ser ajeno a la idea de que los ladrillos que nos
conforman, siempre son valores y que estos son los motores que nos incitan a
comportarnos de una determinada manera.
¿Sabes cuáles son tus ladrillos? y ¿sabes qué argamasa utilizas
para unirlos?
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